- Me he quedado atascado con las mandarinas. Y no sé seguir adelante. Y es angustioso, porque tengo mucho que decir, pero no me sale.
- Y no has probado a cambiar de fruta? No sé: peras, plátanos, maracuyás...O un kiwi. Yo desayuno todos los días uno.
- No, no, no, joder... Tienen que ser mandarinas. Además, tienen que ser las mandarinas que imagino. Dulces, maduras, más bien blandas. Ah! Y no de la nevera. No soporto las mandarinas frías. Tienen que ser mandarinas calientes...
- Joder con el señorito. Alguna denominación de origen deseable...?
- No te rías de mí. Hablo completamente en serio.
- Vale, pensemos. Vayamos por partes. Por qué mandarinas?
- Por la canción.
- Por la canción.... Qué canción?
- La de Zahara. La canción de los encuentros, de los recuerdos, de las cosas mil veces repetidas pero no por ello exentas de emoción. Por eso tienen que ser mandarinas.
- O sea, que le quieres plagiar a una cantante su canción para hacer un cuento. Valiente escritor estás tú hecho.
- Noooooo. Me gusta la idea de olores que llevan un momento atado en el extremo. Son como un camino que te conduce hacia ese lugar cómodo y seco. Por ejemplo: sabes a qué me recuerda a mí el olor a tierra mojada?
- A "Cantando bajo la lluvia"? Jajajajajaa.
- Eres gilipollas. De verdad, no sé por qué te cuento nada.....
- Soy una payasa. Pero me quieres, no puedes evitarlo. Va, cuéntamelo. A qué te recuerda el olor a tierra mojada?
- Al pueblo. A finales de septiembre, después de fiestas. Era como si se diese una orden no escrita. El día grande de las fiestas era el Domingo. Sol, calor, los hombres de traje y corbata, las mujeres con vestido nuevo. Y a los chiquillos nos vestían casi de comunión. Madrugón para ver llegar a la banda de Belmez, para ir a misa. Y después la procesión. Y borrachos de calor y empapados de sudor corríamos entre las mesas con una coca cola o un helado en las manos. El verano reventaba sobre nuestras cabezas, pero nadie se movía, nadie se iba a casa antes de las cinco o las seis o las siete de la tarde. Después, por la noche, baile de nuevo. Y de repente, te levantabas el Lunes, el último día de fiestas, y algo ya había cambiado. No sabías lo que era, pero lo notabas. Y aquella noche ya hacía frío. Y lo normal era que el Martes mismo los cielos se abriesen sobre nuestras cabezas. Y que ya no dejase de llover hasta finales de mes, que era cuando volvías a casa. Y el olor a tierra mojada te acompañaba durante todo el otoño. Junto con el olor a los libros nuevos, a la casa deshabitada durante un mes. Volvías a oler tu pueblo, después de casi un siglo sin pisarlo. Y el colegio, y los compañeros.....
- Es bonito, la verdad es que sí lo es. Pero sigo sin entender esa obsesión por las mandarinas. Quizá a esta chica le recuerden a algo, pero no tengo claro que a ti te lleven a ese mismo sitio.
- Puede que no, pero entonces, le cambio el título al cuento? O lo empiezo a reescribir de nuevo? Me da rabia, porque con ese título, "Olor a mandarinas", estaba seguro de que iba a salir una cosa bonita.
- Por qué estás tan seguro de que no has creado una cosa bonita? A mi me ha gustado lo que me has contado sobre tu pueblo, sobre tu infancia. Me ha gustado ver al niño asomarse a tus ojos. Incluso me he empapado con la lluvia fría de finales de septiembre. Me has dado un motivo nuevo para quererte, uno más. Como si no fuese sobrada ya de argumentos.
- Sabes? No sé si voy a escribir el cuento. Creo que más bien necesitaba retroceder sobre mis pasos, volver a un momento de luz. Esperar a que escampase la lluvia para, después, salir y continuar el viaje. Gracias por mantener el fuego encendido. Por tener el lecho caliente. Como al chico de la canción, no me hace falta encender la luz la para seguir el rastro a mandarinas. Solo que en mi caso, lo que yo quiero huele a ti. Lo que a mi me alimenta eres tú.
- Aunque sea una payasa y me ria de ti?
- O precisamente por eso, cielo, o precisamente, por eso.